En pleno siglo XXI, el derecho a la alimentación sigue sin cumplirse para millones de personas en México. A pesar de ser un país con gran diversidad agrícola y cultural, enfrentamos un escenario paradójico: coexisten la malnutrición, la obesidad y la inseguridad alimentaria.
En este complejo panorama, garantizar una dieta suficiente, nutritiva y culturalmente adecuada para todos se ha convertido en un reto prioritario. Este artículo explora los pilares de la seguridad alimentaria, su situación actual en los hogares mexicanos y las acciones necesarias para construir un sistema alimentario más justo y sostenible.
¿Qué entendemos por seguridad alimentaria?
Según la FAO, la seguridad alimentaria se alcanza cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y preferencias culturales.
Este concepto se sustenta en cuatro pilares fundamentales:
- Disponibilidad: Existencia suficiente de alimentos a nivel nacional, regional y local.
- Acceso: Capacidad económica y física de las personas para adquirir esos alimentos.
- Uso o aprovechamiento biológico: Que los alimentos cubran requerimientos nutricionales y sean preparados e ingeridos adecuadamente.
- Estabilidad: Que los tres pilares anteriores se mantengan en el tiempo, incluso en crisis económicas, sanitarias o ambientales.
El panorama actual en México
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), alrededor del 59 % de los hogares mexicanos enfrenta algún grado de inseguridad alimentaria, es decir, acceso limitado o incierto a alimentos nutritivos. Este porcentaje revela que millones de personas viven con el temor o la realidad de no saber si podrán comer adecuadamente al día siguiente.
El problema es aún más grave en zonas rurales, indígenas y en sectores empobrecidos de las grandes ciudades. A esto se suma que México también tiene una de las tasas más altas de obesidad infantil y adulta en el mundo, lo que pone en evidencia un sistema alimentario profundamente desequilibrado.
Consecuencias de la pandemia
La emergencia sanitaria por COVID-19 exacerbó esta crisis. Según estudios publicados en SciELO y otros organismos, la pandemia no solo afectó los ingresos y el empleo, sino que también modificó los patrones alimentarios de la población: aumento del consumo de alimentos procesados, reducción en la compra de frutas y verduras, y mayor dependencia de programas asistenciales.
Además, la crisis visibilizó la fragilidad de las cadenas de suministro, la concentración del mercado alimentario y la vulnerabilidad de los pequeños productores.
¿Qué se puede hacer?
Garantizar la seguridad alimentaria requiere acciones desde múltiples frentes. Algunas estrategias clave incluyen:
- Políticas públicas multilaterales: Que involucren a gobierno, academia, sociedad civil y sector privado en la toma de decisiones y diseño de programas.
- Agroecología y soberanía alimentaria: Promover prácticas agrícolas sostenibles, producción local y el rescate de alimentos tradicionales.
- Economía circular: Reducir el desperdicio de alimentos y fomentar la reutilización eficiente de recursos.
- Trazabilidad alimentaria: Asegurar el seguimiento del origen, transporte y procesamiento de los alimentos para garantizar su calidad y seguridad.
Estas acciones deben ir acompañadas de educación alimentaria, fortalecimiento de redes comunitarias y promoción del derecho a una alimentación digna.
El rol de los futuros nutriólogos
Ante esta realidad, los estudiantes de nutrición tienen una responsabilidad fundamental: formarse con una mirada crítica, multidisciplinaria y comprometida. Su papel no se limita al consultorio; deben involucrarse en programas comunitarios, investigación aplicada, evaluación de políticas públicas y en el diseño de sistemas alimentarios más equitativos e inclusivos.
El futuro de la seguridad alimentaria en México dependerá de que más profesionales asuman este reto con creatividad, ética y visión de justicia social.