EL CAMBIO DE LOS ROLES EDUCATIVOS

En la práctica, el estudiante de hoy no ve a la escuela, cualquiera que sea su nivel, como un centro donde aprende a vivir, sino más bien como una instancia que le debe capacitar para ganar dinero, es decir, para tener éxito

 

Pbro. Lic. Francisco Ramirez Yáñez, Rector de la UNIVA

 

En la experiencia conocida de la humanidad, la transmisión del conocimiento tenía como causa salvaguardar la sobrevivencia de la especie. Por lo mismo, esta transmisión no se limitaba solamente al manejo de herramientas, tácticas de caza o de guerra, control del medio o remedios ante la enfermedad, sino que incluía toda una cosmovisión acerca del modo de ser y actuar del hombre ante sí mismo, la naturaleza y el grupo. Es desde esa experiencia que el verbo educar se tradujo clásicamente como “enseñar a vivir de tal manera que la vida se cuide, se preserve y se transmita, cuidando con igual insistencia la conservación del ambiente social que propicie este esfuerzo”.

En el caso de la civilización occidental, tres instituciones se perfilaron como específicamente educadoras en ese sentido amplio e integral del aprender a vivir: la familia, la religión y la escuela. Para que este trípode educativo funcionara, debía ser parte integrante del sistema de organización social, de tal manera que la escuela no destruyera lo que enseñaba la familia, ni la familia desvirtuara lo que ofrecía la religión. El Estado, en sus diversos niveles de evolución, entendió bien que su papel era justamente garantizar el que todos los elementos de la comunidad colaboraran en la construcción de las nuevas generaciones.

A partir del siglo XVI, esta cosmovisión comenzó a modificarse, acelerándose notablemente luego de la revolución educativa impulsada por los propios jóvenes desde 1968, sobre todo en Europa y Estados Unidos, con efectos posteriores en el resto de los países. No obstante, y a pesar de los nobles ideales que esta revolución buscaba, muy pronto el asunto educativo quedó supeditado a una revolución mucho mayor: la económica, que en estos últimos cincuenta años ha transitado con igual rapidez, logrando restaurar un sistema histórico, el capitalismo liberal, que, habiendo sido ya superado por un capitalismo social, se ha impuesto de nuevo ahora con un ímpetu global y aún más agresivo.

Pareciera entonces que son ahora el mercado y sus leyes los que establecen la nueva plataforma teórica sobre la cual se debe construir la sociedad.

El impacto de estas novedades tiene especiales consecuencias en la realidad de México, un país con altos porcentajes de marginación y pobreza, sometido a un sistema político decadente que acaba por impregnar toda la vida nacional de los verdaderos valores que el sistema promueva en la práctica: el triunfo a costa de la honestidad, la honradez, la solidaridad o el altruismo. Educar en los valores opuestos, afirman incluso los padres de familia, sería no preparar a los jóvenes para enfrentar el mundo concreto en el que deberán desarrollarse.

Efectivamente, estamos en un serio problema que puede llevarnos a un precipicio o lo está haciendo ya.

En la práctica, el estudiante de hoy no ve a la escuela, cualquiera que se a su nivel, como un centro donde se aprende a vivir, sino más bien, como una instancia que le debe capacitar para ganar dinero, es decir, tener éxito. La familia pierde igualmente este rol, reduciéndose al aspecto material. En esta línea de observación, la religión acaba siendo un marco decorativo para celebraciones sociales sin incidencia en la conducta.

En principio, todas las universidades públicas y privadas sostienen un compromiso con los valores universales, e incluso afirman educar con valores: veracidad, responsabilidad, honestidad, solidaridad, justicia, respeto, libertad, etc. Los tiempos dedicados a esta formación serán diversos, así como las herramientas pedagógicas empleadas; sin embargo, el éxito final se lo lleva siempre el imperio del sistema arriba descrito, resultando evidente que cualquier esfuerzo aislado desde las universidades fracasará si no incluye el compromiso de toda la sociedad y sus instituciones por modificar el perfil ético del sistema.

Por lo mismo, el que los padres de familia, las instituciones públicas o privadas y la misma escuela sostengan formalmente una ética genuina, no significa nada, si en contraparte, el mundo del espectáculo, el sistema político, los estilos laborales, el ambiente social  y ese “saber hacer las cosas” tan mexicano sigan haciendo valer los principios opuestos, que las redes sociales hallan hoy en día su mejor espacio de socialización y aprendizaje “para la vida real”, todo lo demás resulta idealismo.

México, requiere urgentemente un nuevo acuerdo, un nuevo proyecto de nación que involucre a todos los actores, a fin de establecer un punto de inflexión que nos haga salir del pantano en que nos encontramos. El ejercicio de una autocrítica y de una gran creatividad, así como compromiso honesto serán cruciales en este esfuerzo que no se puede seguir posponiendo.

*Yáñez,F. (septiembre, 2017). EL CAMBIO DE LOS ROLES EDUCATIVOS, Forbes. p. 111.