Tu dieta puede salvar el planeta

En el mundo actual, un acto tan rutinario como hacer la compra puede condenar o salvar nuestro planeta. En ‘Tu dieta puede salvar el planeta’ (Paidós), el nutricionista Aitor Sánchez analiza la huella de carbono generada por los kilómetros que recorren nuestros alimentos, el coste de la producción alimentaria o los modelos de explotación animal para dar con las alternativas que permitan alcanzar, de una vez por todas, la alimentación sostenible.

Puede que juntar en una misma pregunta alimentación y cambio climático te parezca muy enrevesado. Es posible que a priori no encuentres ningún nexo común entre ambas y que creas que tus elecciones a la hora de alimentarte tengan poco que ver con que los casquetes polares se estén derritiendo a pasos agigantados. Como te decía en la introducción, la desconexión entre el origen, la producción y el lugar final de compra de los productos de alimentación que metes en tu despensa es total, y esto hace que resulte complejo relacionar estos fenómenos.

El hecho de que nuestra alimentación impacta en el medio ambiente no es una opinión ni un consejo simplón que podamos encontrar en guías de autoayuda que siempre nos prometen que «podemos marcar la diferencia con nuestras acciones», haciéndonos creer así que tenemos más impacto del que realmente tenemos. En esta ocasión estamos ante una aplastante realidad, ante un factor clave. Desde el principio me gustaría que te grabases a fuego esta verdad y que tuvieses en cuenta que tus decisiones alimentarias pueden marcar la diferencia y que, por supuesto, este es un libro de alimentación y ciencia, no de autoayuda.

Puede que te estés preguntando de qué tipo de decisiones hablo, así que te daré datos para que te convenzas.

El informe especial del Panel Intergubernamental del Cambio Climático define la alimentación como «una de las grandes oportunidades para mitigar y adaptarnos a una nueva etapa mundial en el cambio climático». Este informe es prudente a la hora de moralizar, e incluso en declaraciones públicas de algunos de sus miembros, como Hans-Otto Pörtner, se aduce que «no le quieren decir a la gente qué tiene que comer». Efectivamente no lo hacen, no le van a quitar a nadie el tenedor de la boca, ni a obligar a comer alimentos concretos, pero, como mínimo, con informes como este y con libros como el que tienes en las manos, se abre una oportunidad de reflexionar sobre el impacto que genera nuestra alimentación, y que muchas veces pasa inadvertido.

Como seres humanos, además de aportar con nuestras propias acciones, también podemos cambiar las decisiones de nuestro entorno. Es decir, tenemos la capacidad de restar el impacto que se genera cuando nos toca escoger o proponer la alimentación de nuestra familia, empresa, centro educativo, región, entorno, país o cualquiera que sea nuestra área de influencia.

Pero ¿es tan importante el impacto de nuestra alimentación? La respuesta es sí, porque la alimentación es un comportamiento que:

-Supone un gran impacto en lo que al porcentaje de emisiones se refiere.

-Es una acción que llevamos a cabo todos los humanos; el cien por cien de la población come, en cambio no todos usan coche o toman vuelos transoceánicos.

-Es un hábito duradero y que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida. Por tanto, podemos adoptar un patrón que reste impacto a diario durante años.

Es un modelo muy variable y puede hacerse de forma muy impactante o respetuosa. Optemos por la segunda. Tiene grandes implicaciones, ya que es un modelo de consumo que afecta al modelo de economía, sociedad, ética, medioambiente y desarrollo social.

-Afecta también a otras áreas fundamentales del cambio climático: suelo, agua, recursos agrícolas y ganaderos, etcétera.

-Forma parte de nuestra cultura, y, por lo tanto, de la herencia que obtendrán los seres humanos que tomen el relevo al habitar el planeta.

La alimentación tiene un impacto invisible que intentaremos visibilizar durante todo el libro. Solo dándole forma y abriendo bien los ojos nos daremos cuenta de que cada día tenemos una nueva oportunidad de generar menos daño medioambiental en nuestro entorno. Eso no es todo, además, nuestras elecciones más respetuosas tendrán un doble premio. Aparte de mejorar el medio en el que vivimos e influenciar a nuestro entorno, una alimentación sostenible también va en línea con una alimentación saludable, prioridad mundial a nivel de salud pública. Si decides cambiar tu alimentación para que tenga menos impacto medioambiental, estarás a su vez mejorando tu dieta y, por consiguiente, tu salud.

La pregunta en este punto no deja de ser la misma: ¿por qué la alimentación tiene tanto impacto? Y, si este impacto es tan real, ¿por qué no estamos tomando cartas en el asunto ya mismo? Está claro que no podemos obligar a ninguna persona o país a cambiar estas cuestiones, pero sí que podemos generar la suficiente opinión pública como para que como ciudadanía decidamos priorizarlo.

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Unos pocos grados de diferencia están generando grandes impactos a nivel de diferentes ecosistemas. Los glaciares se encuentran en un retroceso preocupante, la selva amazónica se enfrenta a niveles de deforestación nunca vistos y puede que la tundra antártica haya sobrepasado un punto de inflexión irreversible. Los cambios son drásticos, y se puede percibir sobradamente en los manglares, la masa de bosques mundiales o los corales. La biodiversidad de las diferentes especies que nos acompaña no deja de disminuir, afectando a todo tipo de animales y plantas, entre ellas, las especies que utilizamos para nuestra alimentación.

Un aumento de la temperatura del planeta tiene consecuencias lógicas en los seres vivos. El calentamiento global ya ha alterado las diferentes épocas de floración y de cosecha de algunos alimentos, por lo que será lógico pensar que los animales cuya vida dependía de esas épocas o de esas cosechas van a ver drásticamente modificado su ciclo, con consecuencias fatales para su desarrollo.

Además de la distorsión de las cosechas, debemos pensar también en las sacudidas impredecibles que acompañan al cambio climático, eventos que cada vez son más frecuentes y notorios en ciertos datos climatológicos. De estos datos nos advierte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (el IPCC), el Instituto Goddard de Estudios Espaciales y la propia Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Ya hemos podido notar los cambios en las inundaciones de Estados Unidos, que retrasaron la siembra de cereales, como el maíz, o de legumbres, como la soja. En Tailandia y el Sudeste asiático la falta de agua ha marchitado arrozales, y las plantaciones de azúcar o de semillas indias también se han visto afectadas. Además, las olas de calor han disminuido el rendimiento de diferentes frutales en toda Europa.

Debemos tener en cuenta que el calentamiento global no es un mero aumento de la temperatura del planeta. Cuando escuchamos que la temperatura global mundial tendrá un aumento de 1 o 2 ºC en unas décadas, este dato puede resultarnos anecdótico e incluso poco relevante. Sin embargo, la cascada de efectos climáticos que pueden generar «unos pocos grados» es mucho más grave que el hecho de sentir más calor en nuestro entorno más inmediato.

El calentamiento global se traduce en irregularidad en las estaciones y en un aumento de eventos atmosféricos más agresivos. Por ahora estas irregularidades nos permiten la vida en nuestro planeta, pero se espera que estos cambios sigan empeorando y produciéndose de manera generalizada afectando a cosechas enteras. Si no cambiamos desde este instante, no podremos responder con la suficiente antelación ni preparación, especialmente en los países en vías de desarrollo. El rendimiento y la productividad de muchos cultivos se verán afectados y no seremos capaces de recuperar su rendimiento normal, ya que todo el ciclo se podría desajustar irreversiblemente. Por ejemplo, las grandes producciones de cereales pueden verse comprometidas si los grandes graneros del planeta, como el Sudeste asiático o las altas llanuras estadounidenses, se ven afectados.

Debido a este impacto que está por venir, el IPCC prevé un aumento de los precios de los alimentos y, en general, un aumento de la inseguridad alimentaria en todo el mundo. Va a ser complicado tener un modelo de producción de alimentos estable y predecible, ya que habrá muchos eventos que no se puedan prever con tiempo y que, por tanto, sucedan sin que podamos impedirlo. Eventos como la pérdida de cultivos enteros a gran escala o la incapacidad de seguir trabajando los suelos por su nivel de contaminación. Es de esperar que en el futuro próximo el cambio climático traiga consigo episodios meteorológicos extremos, olas de calor intensas, reducción generalizada de muchas lluvias mientras que aparecerán inundaciones y precipitaciones violentas en lugares poco comunes. En el horizonte más inmediato se prevé que algunos cultivos típicos del verano se empiecen a desplazar progresivamente a estaciones menos cálidas, ya que el estrés térmico y, sobre todo, la escasez de agua que habrá en los meses de calor serán demasiado extremos.

Y si el planeta se calienta ¿podríamos cultivar en todas las nuevas zonas derretidas? Aunque el calentamiento global pudiera abrir esa anecdótica oportunidad para disponer de más cultivos en las zonas que actualmente son muy frías, no compensaría el agresivo impacto que tendríamos en las zonas cálidas y el aumento de la desertificación de muchas regiones. En términos globales, es peor el remedio que la enfermedad. Por simplificar mucho, no podremos trasladar los cultivos de las zonas desertificadas a las zonas frías en las que «el hielo se ha derretido». Por otro lado, tampoco compensaría aquello que afirman algunos políticos negacionistas al decir que «el calentamiento global evitará muertes por frío».

Este impacto ya se ha dejado ver en algunas especies concretas de peces. La proporción de diferentes comunidades marinas se está viendo alterada, y, además, la sobrepesca ejerce más estrés sobre estos equilibrios entre diferentes animales que acerca el colapso a algunas poblaciones marinas.

Durante el último año nos hemos acostumbrado a un nuevo vocabulario sobre crisis y pandemias, los esfuerzos por «aplanar la curva» y enfrentarnos a momentos críticos no nos suenan ajenos si los relacionamos con la covid-19. Esta misma curva también debe aplanarse respecto al calentamiento global; solo así frenaremos la vertiginosa subida de la temperatura y otros cambios que afectan directamente a la vida en el planeta. Estamos en un momento decisivo para afrontar el mayor desafío de nuestro siglo, y probablemente el de la historia de la humanidad. Ahora nos toca a nosotros tomar las riendas y asumir nuestra responsabilidad.

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